Las agujas del reloj de
comisaría indicaban que era poco más de mediodía. Una docena de agentes
sentados en tres filas de sillas con pala formaban la audiencia de la sala principal
de reuniones. Entre ellos estaban el teniente Gary Hooke, tan serio como de
costumbre, mirando atentamente el avance de las manecillas del reloj que
colgaba sobre la pizarra blanca de la habitación; en la silla de al lado, el recién
llegado Arthur Finn, que garabateaba en los folios que tenía delante, esperando
impaciente a que comenzara la reunión; tras ellos, el policía de moda en la
ciudad, Adam Legendre, cabizbajo, seguramente tratando de darle forma a toda la
avalancha de pensamientos que retumbaban en su cabeza tras lo que había visto
aquella mañana.
Tras un par de minutos se
abrió la puerta de la sala. Por ella entró una mujer trajeada, con paso firme,
tan extremadamente delgada que la piel de su cara parecía posarse directamente
sobre el hueso. Llevaba unas gafas puntiagudas que parecían sacadas de otra
época y melena corta, de un rubio probablemente teñido. Era bastante alta, y
las arrugas en su rostro hacían ver que debía de tener más de cincuenta años. En
la solapa de la chaqueta llevaba una chapa con su nombre y su cargo: Christine Gardner, Jefa.
–Buenas tardes –dijo al
entrar en la sala. Pese a que la reunión estaba programada para las doce y
llegaba más de diez minutos tarde, no tuvo ni una sola palabra de disculpa ni
excusa alguna para su retraso. Dejó una carpeta sobre la mesa, conectó un pen
drive en el ordenador y encendió el proyector–. Como supongo que ya saben, esta
mañana nos hemos despertado con la noticia de un terrible asesinato en la
ciudad –pulsó una tecla y en la pantalla del proyector apareció la imagen de
Claire Greene en el callejón, con aquella enorme mancha de sangre en su abdomen–.
La víctima es Claire Greene, treinta y tres años, periodista.
Al ver la imagen de su
amiga, Adam se estremeció en la silla. Un escalofrío le recorrió todo el
cuerpo. Agachó la cabeza para apartar la mirada de aquella horrible fotografía
proyectada en la pantalla y se cubrió los ojos con la palma de la mano.
–Los primeros indicios nos
hacen creer que la víctima murió a causa de las numerosas heridas en la parte
baja de su abdomen –continuó Gardner– a causa de repetidos ataques con un arma
blanca, probablemente un cuchillo o una navaja. No se encontró arma alguna en
la escena del crimen, pero sí que se encontró un objeto que podría ser de
nuestro interés: una pequeña libreta, parcialmente oculta bajo la víctima. En
ella había una inscripción que decía, cito textualmente, «Has matado a Claire Greene. Huye». No sabemos qué finalidad tiene el mensaje, pero tras analizarla hemos
hallado en ella las huellas dactilares del que a partir de ahora es nuestro
principal sospechoso.
Gardner pulsó un botón en el
teclado y la imagen proyectada cambió para mostrar una fotografía de Isaac, concretamente
la de su permiso de conducción. Adam echó una leve mirada sin levantar del todo
la cabeza, para después dar un profundo suspiro y frotarse los ojos con los pulgares.
–Isaac Burrows, treinta y cinco
años, empleado del aeropuerto –Gardner hablaba con seguridad, como si hubiera
dado aquel mismo discurso cientos de veces antes–. Podemos confirmar que la
libreta encontrada en la escena del crimen pertenecía a este individuo, lo que
lo relaciona directamente con el asesinato. Sabemos, gracias al teniente Hooke,
que anoche fue visto con la señorita Greene. Además, por lo que hemos podido comprobar,
hoy no ha acudido a su puesto de trabajo, ni tampoco se encuentra en su apartamento
ni responde al teléfono. También…
–¿No se está precipitando
demasiado? –interrumpió Arthur, ante la mirada sorprendida de sus compañeros–.
Quiero decir, solo tenemos la libreta, ¿no? Quizá este tipo ni siquiera
estuviera en la escena del crimen. Cualquiera podría haber soltado la libreta allí.
Puede que sea de este tío, el tal Isaac, pero que alguien se la hubiera quitado
y la hubiera dejado allí para incriminarle. Quizá alguien quería quitárselo de
en medio. ¿Sabemos si la inscripción la hizo él? ¿Tenemos algún documento suyo
para comparar la caligrafía? Creo que es demasiado pronto como para sospechar
de él con tanta certeza.
Gardner rió.
–Para ser su primer día se
le ve muy lanzado, agente Finn. Me gusta que mis chicos tengan iniciativa, pero
la paciencia también es una cualidad que me interesa encontrar en ellos –dijo,
al tiempo que le dirigía una mirada cómplice a Arthur–. Espero que lo tenga en
cuenta la próxima vez, y espere al menos a que termine mi intervención. En respuesta
a su pregunta, no, no sólo tenemos la libreta. Hay algo más. ¿Teniente Hooke?
Es su turno.
Gary Hooke se puso en pie y se
dirigió al resto de sus compañeros.
–Como ha comentado la jefa, anoche
vi al sospechoso en el Thévenin, cenando en el restaurante, acompañado de la
víctima. A mitad de la noche, ocurrió algo que me llamó la atención, algo que
se salía de la normalidad. Pero creo que eso es algo que es mejor que veáis
vosotros mismos. Los empleados del edificio nos han cedido los vídeos de las
cámaras de seguridad del salón principal del restaurante.
Gary se acercó al ordenador
y pulsó un par de teclas para que el proyector comenzase a mostrar el vídeo. En
él se veía a Isaac y Claire cenando, a un par de mesas de distancia del propio
Gary Hooke y su esposa Rose. De repente, sin que nadie supiese muy bien por
qué, Isaac se levantó de la mesa y atravesó la sala a paso rápido hasta
desaparecer de la pantalla. Gary paró el vídeo.
–Como habéis podido observar,
en un momento de la noche el sospechoso abandonó su mesa y atravesó la sala casi
corriendo, en dirección a los servicios –comentó Gary.
–¿Y qué prueba eso? Puede
que tuviera un apretón –exclamó Arthur, provocando alguna tímida risa en la
sala.
–Por favor, agente Finn,
esto es algo serio –le espetó Christine Gardner–. Teniente Hooke, continúe.
–Bien, como decía, el
sospechoso acudió corriendo a los servicios –dijo, mientras reanudaba la
reproducción del vídeo–. A mi esposa le llamó la atención, así que como podréis
ver ahora, me acerqué a los servicios para comprobar si el chico necesitaba algún
tipo de ayuda –Gary le lanzó una mirada a Arthur antes de que hiciera ninguna
broma–. No tenemos vídeo de los servicios, ya que no hay cámaras allí gracias a
alguna de esas ridículas leyes sobre la privacidad, pero el caso es que encontré
al chico sentado en un retrete, inconsciente. Despertó un par de minutos después,
y parecía desorientado, me atrevería a decir que incluso drogado. Y cuando recobró
el sentido, ¿adivináis qué fue lo primero que hizo? Leer algo de una libreta de
tapas amarillas, idéntica a la encontrada en la escena del crimen.
La sala se llenó rápidamente
de murmullos. Los policías conjeturaban posibles teorías, tratando de unir las
piezas del puzzle. De repente, una voz se alzó sobre las demás.
–¿Podemos ver de nuevo el
video?
Era Adam Legendre.
–Por supuesto –contestó Gary
–. ¿A partir de dónde?
–Ponlo un par de segundos
antes de que Isaac se levante de la mesa, quizá veamos algo útil.
Gary tardó apenas un instante
en volver a poner el vídeo a partir de donde le había pedido Adam.
–¿El chico parece nervioso,
no? –observó Arthur–. Miradle las manos y las piernas, tiembla tanto que parece
estar tiritando.
–Es verdad –dijo Gary Hooke.
–Fijaos en el pecho. Se
mueve demasiado, como si estuviese hiperventilando –comentó otro de los
policías de la sala, un hombre pelirrojo que estaba sentado en la fila de
atrás, en el extremo opuesto a Adam.
De repente, Isaac se levantó
de la mesa y atravesó una vez más la sala del restaurante.
–No para de frotarse las
manos mientras camina –señaló tímidamente uno de los presentes.
–Eso es otra señal de que
estaba nervioso –dijo Arthur–. Probablemente le sudaran las manos.
–Quizá estaba nervioso
porque estaba planeando cómo y cuándo matarla –el que hablaba era el
pelirrojo–. Tal vez algo no estaba saliendo como lo tenía planeado.
-Eso es una gilipollez
–protestó Arthur.
–No se está frotando las
manos –intervino Adam–. Miradlo bien. ¿Puedes ponerlo de nuevo, Gary?
Gary Hooke volvió a poner el
momento del vídeo en el que Isaac cruzaba la sala.
–Está… ¿escribiendo?
–preguntó Christine Gardner.
–¡La libreta! –exclamó
Gary–. No sé cómo no lo había visto antes.
–El muy hijo de puta está
escribiendo algo en su libreta de tapas amarillas –dijo Arthur–. Ahí, mientras
atraviesa corriendo el restaurante. No tiene ni pies ni cabeza.
–Qué cosa más extraña –exclamó
otro de los policías.
–Bueno, el caso es que
tenemos pruebas más que suficientes para relacionar al sospechoso, Isaac
Burrows, con la libreta de tapas amarillas que se encontró en la escena del
crimen. Tenemos sus huellas en ella, y con este vídeo queda demostrado que
Burrows tenía la libreta encima la misma noche en la que ocurrió el crimen. Es
suficiente, Gary. Gracias –sentenció Gardner.
Gary Hooke asintió con la
cabeza y volvió a su asiento. La imagen del proyector volvió a mostrar la
fotografía de Isaac y Christine Gardner continuó hablando.
–Bien, desde este mismo momento
nuestra prioridad absoluta es encontrar el paradero de Isaac Burrows, por el
momento nuestro único y principal sospechoso. Lo primero que haremos será
registrar su apartamento, esta misma tarde. Quizá allí hallemos algo que nos
pueda servir para averiguar hacia dónde se ha dirigido, alguna pista que nos
permita seguirle. Creo que es el paso más lógico, ¿a alguien se le ocurre otra
cosa?
–¿Su trabajo? –sugirió
Arthur–. Podemos hablar con sus compañeros. A lo mejor alguno sabe adónde ha
podido ir, quizá Burrows le contó sus planes a alguien.
–¡Me gusta este chico!
–contestó Gardner, señalando a Arthur–. Muy bien, agente Finn, me parece una
buena idea. Mañana le quiero en el aeropuerto junto a sus compañeros. Espero
que me traiga algo bueno de allí –dijo, con una sonrisa pícara.
–No dude que lo intentaré –contestó
Arthur, guiñando un ojo.
Christine Gardner sonrió y
continuó hablando.
–De acuerdo. Entonces tenemos
dos lugares por donde empezar: la casa del sospechoso y su lugar de trabajo, el
aeropuerto. El plan es registrar la casa esta misma tarde y acudir al
aeropuerto mañana para interrogar a sus compañeros. ¿Alguna otra sugerencia?
Nadie en la sala dijo nada.
Gary Hooke carraspeó, como intentando que Christine Gardner recordara algo.
–Ah, sí. Casi me olvidaba. –dijo
Gardner–. Agente Legendre, ¿es cierto que conoce al sospechoso?
Adam levantó la cabeza.
Había estado toda la reunión cabizbajo, sujetándose la frente con la mano,
recorriendo con la mirada las vetas de la madera de la pala de su silla
mientras los pensamientos le inundaban la mente.
–Sí. Conozco a Isaac.
–¿Cómo de bien lo conoce,
Adam?
–Conozco a Isaac de toda la
vida.
–¿Y cuál es su opinión
acerca de todo esto? –preguntó Gardner, mientras caminaba en dirección a Adam y
apoyaba la mano en la pala de su silla.
–¿La verdad? No creo que
Isaac haya hecho esto.
–Bien. Pues verá, agente
Legendre, creo que hay otra cosa que podemos hacer. Tenemos que interrogar a la
única persona involucrada en todo esto a la que tenemos acceso. Y creo que para
eso usted va a ser importante.
–¿Qué persona? ¿A quién
tengo que interrogar?
–No me entiende, Adam. Usted
no tiene que interrogar a nadie. Somos nosotros los que tenemos que
interrogarle a usted.
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