–Policía. Abran paso.
Un murmullo comenzó a
extenderse entre la multitud que se agolpaba frente a aquel cordón policial que
delimitaba la entrada al callejón. Alguno incluso dio un silbido o hizo un leve
amago de aplauso al reconocer a aquel policía. Adam Legendre, el que acabó con
el Artista, el héroe de la ciudad. Pero el agente Legendre no estaba de humor
para aplausos ni felicitaciones aquella mañana.
Cruzó la cinta amarilla por
debajo y entró en el callejón. No era un callejón demasiado largo, tenía apenas
diez metros de longitud. Una alta pared de ladrillo en el extremo opuesto lo
convertía en un callejón sin salida. Al fondo, frente a la pared, pudo
distinguir la silueta de Gary Hooke, apoyado en su bastón, de espaldas. Junto a
él estaban otros tres compañeros. Todos miraban a la parte baja del muro de
ladrillo.
–Hola, Gary –dijo con apatía
al acercarse al grupo.
El teniente Hooke se giró
bruscamente y le lanzó una mirada compasiva. Avanzó hacia él y le puso una mano
en el hombro.
–Lo siento, Adam. Sé que la
chica era una muy buena amiga tuya. ¿Crees que puedes seguir con esto? Si no
estás preparado no tienes por qué hacerlo.
–Aparta, Gary. Déjame verla.
Gary se echó a un lado y
ordenó a sus hombres con un gesto que hicieran lo mismo.
Allí estaba Claire, sentada
en el suelo junto a un cubo de basura, con la espalda apoyada en la pared y la
cabeza inclinada hacia un lado. Su larga melena rubia caía hacia adelante,
tapándole parcialmente el rostro. El blanco de su vestido se mezclaba con los
restos de nieve alrededor de ella, haciendo que la enorme mancha roja que había
en su vientre destacase aún más. Sangre. A simple vista, heridas de arma
blanca. Aquel círculo rojo era la causa de su desgraciada muerte.
Adam apartó la vista. Aquella
visión de su amiga le estremeció, poniéndole de punta todos los vellos del
cuerpo y humedeciéndole los ojos. Contuvo las lágrimas como pudo, se mordió con
rabia la parte inferior del labio y se dirigió a Gary Hooke.
–¿Quién ha dado el aviso?
–Un tipo que vive en el
bloque de enfrente. Bajó a tirar la basura y la encontró. Poco después de las
seis.
–¿No oyó nada extraño por la
noche? ¿No hay ningún testigo?
–Por el momento no. Hemos
estado preguntando a los vecinos de la zona, pero nadie ha oído ni visto nada. Supongo
que fue todo tan rápido que la chica no tuvo tiempo ni de gritar.
–A simple vista he contado
unas quince puñaladas. Puede que incluso sean más –intervino uno de los
policías.
–Ah, Adam, te presento a
Arthur Finn. Acaban de trasladarle a la ciudad –explicó Gary.
–Está siendo un primer día
bastante interesante –comentó Arthur, en un tono de broma que no le hizo ninguna
gracia a Adam–. Un placer conocerle, agente Legendre.
–Entonces –contestó Adam,
sin hacer caso al agente Finn–, a juzgar por lo que veo, lo único que sabemos
es que alguien apuñaló repetidas veces a la víctima en el vientre y la dejó aquí
tirada en este sucio y oscuro callejón. Agonizante, desangrándose hasta morir.
¿Eso es todo? Nadie ha oído nada. Nadie ha visto nada. Joder, Gary, dime que al
menos habéis encontrado el arma en uno de esos cubos de basura.
–No exactamente –dijo Gary–.
Pero sí que hemos encontrado algo. Mira esto, Adam.
Gary se acercó al cadáver y
señaló su mano izquierda. Bajo ella se veía algo amarillo.
–¿Qué es eso?¿Una cartera?
–No es una cartera –contestó
Gary–. Estaba esperando a que llegaras para examinarlo, pero creo que yo ya sé
lo que es. Agente Finn, recoja el objeto, por favor.
Uno de los policías le dio
unas pinzas a Arthur, que se puso unos guantes de látex que llevaba en el
bolsillo. Con cuidado, retiró la mano de Claire de encima, dejando el objeto al
descubierto. Lo recogió con las pinzas y lo sostuvo en alto.
Al verla, Gary cerró los
ojos con expresión de dolor, como si aquella libreta fuera la confirmación de un
mal pensamiento que preferiría que no fuese cierto.
–¿Una puta libreta?
–preguntó Adam, alterado.
–Eso parece –contestó Arthur,
mientras se la pasaba a Gary–. Puede que sea la lista de la compra.
–¿Habías visto esta libreta
antes, Adam? –preguntó Gary.
–No. Nunca había visto a
Claire apuntando nada en ninguna libreta. Y menos aún pasearse por ahí con una
en la mano.
–No me refiero a Claire, Adam.
Hablo de la libreta en sí. ¿La habías visto?
–¿Adónde quieres llegar,
Gary? No he visto esa maldita libreta en mi vida.
Gary inspiró profundamente,
como tomando fuerzas para decir algo.
–Yo sí que la había visto
antes, Adam. Necesito hablar contigo en privado –dijo, al tiempo que miraba a
los demás policías del grupo, indicándoles que se marcharan.
–Odio los secretitos
–refunfuñó Arthur mientras se alejaba de la escena.
–Anoche vi a Claire, Adam
–dijo Gary cuando los otros policías ya estaban lo suficientemente lejos como
para no oírles.
Adam se llevó las manos a la
cintura y suspiró.
–¿En el Thévenin? –contestó,
sin mirar a Gary a la cara.
–¿Cómo sabes que estaba
allí?
–Yo organicé esa cita. ¿Conoces
a mi amigo Isaac? Creo que os presenté en el evento de presentación de mi
libro. Allí fue también donde él vio a Claire por primera vez. Las semanas
siguientes no paraba de insistirme en que quería conocerla. Al principio Isaac
no me parecía un buen pretendiente para ella, ya sabes, son tan distintos… Pero
durante los meses que trabajé con ella bromeábamos continuamente acerca de que
necesitaba salir con alguien, e Isaac es un buen tío, así que al final me
pareció una buena idea que se conocieran. Me costó convencerla, pero al final
conseguí que accediera a cenar con él. Quedaron anoche en el Thévenin, aunque
si dices que los viste supongo que eso ya lo sabes. Porque iba con él, ¿no?
–Sí. Estaban cenando juntos
allí, a un par de mesas de distancia de mi señora y yo. Tu amigo Isaac es un
poco… extraño, ¿no crees?
–¿A qué te refieres?
–A mitad de la noche se
levantó de la mesa y atravesó el comedor casi corriendo para encerrarse en el
servicio. Rose me insistió en que el chico tenía mala cara; yo, la verdad, no
me había fijado. Así que fui al baño a ver si estaba bien.
–¿Le pasaba algo?
–Estaba encerrado en uno de
los cubículos, con el pestillo echado. Le hablé, pero no contestaba, así que
eché la puerta abajo y me lo encontré inconsciente, sentado sobre la tapa del
retrete.
–¿Inconsciente? –el gesto de
Adam mezclaba sorpresa e incredulidad.
–Como lo oyes. Intenté
despertarlo, pero no reaccionaba. Justo cuando desistí despertó él solo. Pero
tenías que ver su cara… estaba completamente desorientado, mirando a su
alrededor como tratando de ubicarse. La impresión que me dio es que estaba
drogado.
–¿Drogado? ¿Isaac? No lo
creo, lo conozco desde siempre y nunca ha probado ni siquiera un cigarro.
–El caso es que, de repente,
recogió una libreta del suelo, leyó lo que ponía en la primera página, y en un
segundo todos sus problemas parecían haber desaparecido.
–¿Una libreta?
–De tapas amarillas. Como ésta
que sostengo en mi mano.
–Ábrela.
Gary le tendió la libreta a
Adam.
–Hazlo tú mismo.
Adam se puso un guante en la
mano izquierda y colocó la libreta sobre la palma de su mano. Tomó las pinzas
con la mano derecha y, con cuidado, retiró la tapa amarilla para dejar al
descubierto la primera página.
Allí solo había dos frases
escritas.
Has matado a
Claire Greene.
Huye.
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